lunes, 1 de junio de 2009

El Gran Toruño

Domingo, 29 de Marzo de 2009

Otro día en el Toruñ donde calor proveniente de la más cercana de las estrellas, llamada Sol, me vuelve a despertar. Pocos minutos después uno de los móviles de mis camaradas Erasmus también suena: es hora de recoger nuestros bártulos e ir a la estación de tren para comprar un billete hacia las tinieblas, llamadas Gliwice en esa ocasión. Embutidas nuestras cosas en las mochilas, nos despedimos del grupo de Erasmus de Toruñ, que nos habían abierto sus puertas a la fiesta y sus brazos a enloquecidos bailes.

Cogimos un bus cerca de la residencia. Coger no es la palabra adecuada (y no me refiero a Latinoamérica) más bien lo capturamos por tan sólo unos segundos. Mucha suerte. El señor Fernando ya se había ido más temprano junto a los turcos, es un vago recuerdo que mantengo pues mientras dormíamos alguien vino y lo dijo. También otra persona abrió la puerta y e intentó dialogar con esos cuerpos humanos sin vida y sin dignidad que yacían por la habitación (me estoy refiriendo por si cabe alguna duda, a los Erasmus de Gliwice). Mientras intentaba mantener el equilibrio en el autobús de manufactura soviética, vi en un parque una escena estremecedora:
entre unos árboles había un coche, un poco más allá un cordón policial y en su centro una bola de plástico negra alargada. Ahí lo dejo, sin verificar ni nada, pues busqué en periódicos polacos pero mi dominio del idioma sigue siendo escaso.

En la estación de tren el señor Jacobo pudo disfrutar de un perrito caliente que tenía una lechuga especial. Habíamos visto como la señora del puesto de comida asesina se le había caído un par de hojas de esta simpática planta al suelo. Las recogió sin problema alguno y las puso de nuevo en el perrito caliente. Un ejemplo de seriedad e higiene que me gustaría exportar a España sino fuera que ya está extendido. Por el otro lado supongo que la gente tiene menos asma y las defensas más altas. Pero incluso unas defensas más altas no impidió que Alemania los invadiera con facilidad. Esto es porque en el país germano directamente pisoteaban sobre el barro las salchichas antes de comerlas.

¿Es que nadie va a pensar en las pobres salchichas?

Al entrar al tren nos dividimos, los portugueses no se creían que un tren pudiera dividirse en dos partes y las dos tomar diferentes caminos. Tardé más de media hora en convencerles para irnos a los primeros vagones (que seguro iban a Katowice) junto a los españoles, y tardamos más de media hora caminando desde el último vagón hasta donde los demás nos esperaban, pues era muy largo. Esto tiene sentido porque en Portugal al igual que en Galicia, nuestros sobredesarrollados sistemas ferroviarios disponen de tan sólo una línea norte-sur, la envidia de las naciones de la OCDE.

Nos esperaban siete horas de viaje hasta nuetro hogar de adopción. Estas fueron amenizadas por diversas tonterías y un ser humano polaco que caminaba por el pasillo fuera de control y con la que practicamos nuestras palabras más básicas en polaco: al fin habíamos encontrado un interlocutor polaco de nuestro nivel. Una niña de 3 años. También nos repartimos por varios compartimentos (recordemos que es el tipo de tren Willy Fog) para dormir en precarias condiciones, que fueron interrumpidas una docena de veces por la misma revisora de tren que nos pedía nuestros billetes. Los señores Alberto, Jacobo y servidor fuimos a la cafetería para estirar las piernas, situada unos cuantos vagones atrás. Tras 15 minutos de caminata y casi un accidente grave por tropiezo por mi parte, llegamos a la cafetería del tren donde Jacobo y Alberto disfrutaron de dos cafés y yo de un zumo de Pomarañcza y Brzowski. O algo así.

Pero hete aquí que el camarero (repito, ¡el KELNER!) nos pidió los billetes. Repito, el camarero nos pidió los billetes. Anonadados se lo mostramos, y sonidos raros comenzaron a salir de su boca, tras unos segundos desciframos lo siguiente: ese no era nuestro vagón y que sí, nuestras sospechas eran ciertas, el tren se iba a dividir ¡corred por vuestras vidas, insensatos! os recuerdo amados lectores (los de márketing me han dicho que tengo que decir esto de vez en cuando), que tardamos 15 minutos en llegar hasta la cafetería y que el tiempo no se iba a detener por nosotros. Comenzamos a correr como posesos mientras el tren se paraba y un millar de personas quería subir y otro tanto se disponía a bajar, un caos total. Le pisé la maleta a un polaco y me gritó tanto que pensé que había secuestrado a alguien, metido en una bolsa y que yo lo había mancillado. Decidí ante la imposibilidad de correr por esos pasillos salir al andén, Jacobo y Alberto no tardaron en hacer lo mismo. En su caso tenían dificultad añadida: el café. Exacto, iban corrieron por untre n con su vasito de café en la mano. Toda una muestra del señorío e hidalgúía que seguimos profesando los españoles de bien. Si a esto le juntas el factor lluvia más español en camiseta corta la ecuación puede llegar a ser de un grado de proporciones épicas. Afortunadamente llegamos a nuestro vagón donde estaban nuestros compañeros portugueses (y nuestras carteras y móviles) y nuestro destino asegurado a Katowice. Lo llamarían ironía si yo no lo llamara españolidad (más bien 66% de galleguidad, 18% de extremeñez y 18% de madrileñismo. Nación de naciones)

El tiempo iba empeorando mientras nos aproximábamos a nuestra querida y contaminada Silesia. En Katowice cogimos otro tren par a Gliwice y una ve z allí estábamos tan cansados y nos sentimos con nuestras carteras tan llenas que decidimos vaciarlas de forma inútil metiéndonos en un taxi para llegar a la residencia. Sólo me acuerdo que me fui directamente a la cama y poco más.

Visitar Toruñ: ¡misión cumplida!
Conocer nuevos erasmus: ¡misión cumplida!
Ir a discoteca con nombre de un depresivo pero afamado libro: ¡misión cumplida!

Próximamente: mis viajes con Catalina. Nazis, trenes, confusión y un transexual.

1 comentario:

Kate dijo...

deberias haber nombrado esta entrada Gran Toruño.