Misión Boitzenburgo. Un pequeño pueblo a 90 kilómetros al norte de Berlín ¿por qué ir allí? no sólo por una capilla enteramente hecha de chocolate, allí más secretos aguardaban por nosotros, tan oscuros y decadentes que me veo en la obligación de autocensurarme en estas líneas (aparte de impronunciables para los comunes mortales)
El día anterior fuimos a la Estación Central de Berlín para informarnos de horarios y todo eso. Al parecer hay una opción (santo cielo ¿estoy dando consejos útiles a mis lectores en este bloj?¿a cambio de NADA?) los fines de semana en que puedes comprar un billete por 35€ con el que pueden viajar de 1 a 5 personas por el espacio temporal de un día, por todos los trenes regionales. Así la DB (la Renfe germánica) promociona el transporte público y el viajar en grupo. Cuánto tienen que aprender España de estas cosas. Como usuario de tren semanalmente en España para volver a Pontevedra desde Santiago noto como lenta pero de forma inexorable Renfe trazan planes de conquista...no, esperen, me refiero a que poco a poco van subiendo los precios por encima de la inflación. Esto provoca mucho amor hacía esta compañia. Al menos lo que puedo decir a su favor es que en tres años de coger (coger, otro guiño a mis lectores latinoamericanos) regularmente el tren en España es que sólo se vio retrasado un par de veces, ambas por una de esas gallegas tormentas que arrasan con árboles y llenan las vías de desperdicios. Nada comparable a Polonia, que la última vez que intenté ir a Cracovia había un retraso de 100 minutos. Me quejaría sino fuera porque en el panel había otro destino con un retraso de ¡190 minutos!
Cuando llegas tarde por culpa de los continuos retrasos de los trenes polacos, lo único que necesitas es coger el coche. Lo necesitarás para llegar a la hora.
Simplemente cogimos el primer tren por la mañana que nos marcaba la ruta hecha por el ordenador del puesto de información. Había que parar en mitad de la nada y después coger un último tren hasta el mismo Boitzenburgo. Parecía fácil. Parecía.
El primer problema es que una vez llegados a la parada Schwein Sud (sinceramente no recuerdo bien el nombre) tardamos en descubrir que teníamos que coger el siguiente tren en la plataforma opuesta, así que perdimos el primero que nos tocaba por lo que nos tocaba esperar más de dos horas. Pero Catalina y yo (al fin de al cabo yo sólo soy el protagonista secundario) somos gente de recursos, y nos habíamos hecho unos bocadillos para casos de emergencia. Decidimos explorar la zona un poco en busca de enemigos, y vaya si los encontramos. En el corazón de Alemania... ¡se encontraba una avanzadilla norteamericana!
El día anterior fuimos a la Estación Central de Berlín para informarnos de horarios y todo eso. Al parecer hay una opción (santo cielo ¿estoy dando consejos útiles a mis lectores en este bloj?¿a cambio de NADA?) los fines de semana en que puedes comprar un billete por 35€ con el que pueden viajar de 1 a 5 personas por el espacio temporal de un día, por todos los trenes regionales. Así la DB (la Renfe germánica) promociona el transporte público y el viajar en grupo. Cuánto tienen que aprender España de estas cosas. Como usuario de tren semanalmente en España para volver a Pontevedra desde Santiago noto como lenta pero de forma inexorable Renfe trazan planes de conquista...no, esperen, me refiero a que poco a poco van subiendo los precios por encima de la inflación. Esto provoca mucho amor hacía esta compañia. Al menos lo que puedo decir a su favor es que en tres años de coger (coger, otro guiño a mis lectores latinoamericanos) regularmente el tren en España es que sólo se vio retrasado un par de veces, ambas por una de esas gallegas tormentas que arrasan con árboles y llenan las vías de desperdicios. Nada comparable a Polonia, que la última vez que intenté ir a Cracovia había un retraso de 100 minutos. Me quejaría sino fuera porque en el panel había otro destino con un retraso de ¡190 minutos!
Cuando llegas tarde por culpa de los continuos retrasos de los trenes polacos, lo único que necesitas es coger el coche. Lo necesitarás para llegar a la hora.
Simplemente cogimos el primer tren por la mañana que nos marcaba la ruta hecha por el ordenador del puesto de información. Había que parar en mitad de la nada y después coger un último tren hasta el mismo Boitzenburgo. Parecía fácil. Parecía.
El primer problema es que una vez llegados a la parada Schwein Sud (sinceramente no recuerdo bien el nombre) tardamos en descubrir que teníamos que coger el siguiente tren en la plataforma opuesta, así que perdimos el primero que nos tocaba por lo que nos tocaba esperar más de dos horas. Pero Catalina y yo (al fin de al cabo yo sólo soy el protagonista secundario) somos gente de recursos, y nos habíamos hecho unos bocadillos para casos de emergencia. Decidimos explorar la zona un poco en busca de enemigos, y vaya si los encontramos. En el corazón de Alemania... ¡se encontraba una avanzadilla norteamericana!
Personas normales se verían afectadas por un ataque de pánico y correrían hacía un escondrijo seguro, pero Catalina y yo somos personas de acción y decidimos quedarnos allí para sacar testimonio fotográfico de aquellos sucesos de invasión militar en toda regla. He aquí el que creemos que era el jefe de las operaciones:
El tiempo corría en nuestra contra y debíamos abandonas nuestros puestos de rerporteros de guerra pues Boitzenburgo noes esperaba. O eso creíamos. Volvimos a la parada de tren y nos montamos en el tren correspondiente. Tras unas horas llegamos a lo que creíamos que era Boitzenburgo. Tardamos poco en darnos cuenta de que ese pueblo de mala muerte no poseía castillo alguno. Además se llamaba Boizenburgo ¿cómo? ¡pero si le dijimos a la mujer de la oficina de información que queríamos ir a Boitzenburgo!
Veamos las diferencias que no supo apreciar la agradable mujer:
Boitzenburgo<--------->Boizenburgo
Ahora a la inversa por si no ha quedado claro:
Boizenburgo<---------->Boitzenburgo
Y ahora la distancia entre los dos:
Boizenburgo<-----235 kilómetros----->Boitzenburgo
Aún así dimos una vuelta por el desdeñable y desdeñado Boizenburgo, sólo para descubrir que era un pueblo fantasma. En un hotel nos informaron de cuan lejos estábamos de nuestro destino real, y sinceramente, creo que le dimos mucha lástima. Nos ayudaron imprimiendo rutas para volver, hicieron llamadas y...era imposible ir a Boitzenburgo ese día. Una decepción, pues al día siguiente no teníamos tiempo. Nos despedimos de ellos y como nos habían mostrado lo cerca que estábamos de Hamburgo, decidimos ir allí! aunque sólo fuese por no mucho tiempo. Total, el billete no sea iba a gastar. O eso creíamos.
Montamos en un tren hacía Hamburgo y llegamos en un par de horas. Lo malo es que el tormentoso tiempo de la ciuddad nos hizo desistir de visitarla en profundidad, así que poco vimos. Tras ellos cogimos el primer tren que iba a Berlín. Ahora voy a relatar a todos mis lectores la conversación el día anterior en la Estación Central de Berlín (traducida):
Mujer-Hay un billete que por 35 euros pueden viajar hasta 5 personas. Válido por un día. Catalina-¿Y que tipo de trenes? Mujer-Podéis viajar en todos.
Al parecer no era así. La chica podía ser muy simpática pero debería estar más informada para no causar desgracias. Desgracia para nosotros. Tras unos minutos de estar en ese tren dirección Berlín pasó la revisora, le enseñamos el citado billete de 35€ y nos dio a entender que no valía. Un pasajero nos hizo de traductor, y nos contó que este tren era diferente, un InterCity, que al ser más rápido y no hacer paradas era más caro y más rápido. Me preguntó si en mi país no había trenes así. Como buen gallego le dije al pasajero que donde vivía sólo había trenes lentos. Así que de nada sirvió nuestra ingenuidad y que el amable pasajero intentara convencer a la revisora de que pagásemos como mucho un billete, pues no había sido nuestra intención colarnos sin pagar. Ni por esas. Tuvimos que pagar la friolera de 60€. Por persona. Llamadnos idiotas, pero confiaba en los servicios de información ¡más aún si son alemanes!. Y más pena me da contar este tipo de verguenzas en un medio público, pero oye todo sea por al audiencia! diez minutos después de pagar semejante extorsión, la revisora pasó junto a nosotros y nos dio dos cajitas de bombones a Catalina y servidor. Cada una con dos bombones. O sea, a 30 € el bombón. La madre que...
Cuando llegamos a Berlín decidimos ir la la Estación Central para explciarles nuestros problemas y a ver si nos podían resarcir en algo. Pues bien, en la oficina de reclamaciones nos dijeron que los trenes disponibles con el billete de grupo están especificados (en alemán) y que ellos no tenían ninguna responsabilidad. Le comentamos lo de la oficina de información y muy encabronado el señor nos soltó que estábamos en Alemania y teníamso que SABER alemán. Mearse en el Tratado Schengen y en los derechos de los consumidores en dos frases es un hito que pocos humanos pueden igualar. Aunque estaba cabreado no perdí las formas y le pregunté para qué tienen gente que habla inglés en la oficina de información si total lo que hay que saber es alemán. Su respuesta: apagar las luces cerrar la ofiina de reclamaciones, es decir, para qué discutir con dos ineptos extrangeros. Al menos no nos dispararon mientras salíamos por la puerta.
Tras un día de decepcion tras dececpión decidí que lo mejor para regocijarse era visitar la Catedral de XXX, que al resultar casi totalmente destruida en la última Guerra Mundial nos podría brindar algo de alegría por ser una desgracia ajena. Así que allí fuimos, llevándonos como último monumento visitado en Berlín un clima de aspecto fantasmagórico.
Montamos en un tren hacía Hamburgo y llegamos en un par de horas. Lo malo es que el tormentoso tiempo de la ciuddad nos hizo desistir de visitarla en profundidad, así que poco vimos. Tras ellos cogimos el primer tren que iba a Berlín. Ahora voy a relatar a todos mis lectores la conversación el día anterior en la Estación Central de Berlín (traducida):
Mujer-Hay un billete que por 35 euros pueden viajar hasta 5 personas. Válido por un día. Catalina-¿Y que tipo de trenes? Mujer-Podéis viajar en todos.
Al parecer no era así. La chica podía ser muy simpática pero debería estar más informada para no causar desgracias. Desgracia para nosotros. Tras unos minutos de estar en ese tren dirección Berlín pasó la revisora, le enseñamos el citado billete de 35€ y nos dio a entender que no valía. Un pasajero nos hizo de traductor, y nos contó que este tren era diferente, un InterCity, que al ser más rápido y no hacer paradas era más caro y más rápido. Me preguntó si en mi país no había trenes así. Como buen gallego le dije al pasajero que donde vivía sólo había trenes lentos. Así que de nada sirvió nuestra ingenuidad y que el amable pasajero intentara convencer a la revisora de que pagásemos como mucho un billete, pues no había sido nuestra intención colarnos sin pagar. Ni por esas. Tuvimos que pagar la friolera de 60€. Por persona. Llamadnos idiotas, pero confiaba en los servicios de información ¡más aún si son alemanes!. Y más pena me da contar este tipo de verguenzas en un medio público, pero oye todo sea por al audiencia! diez minutos después de pagar semejante extorsión, la revisora pasó junto a nosotros y nos dio dos cajitas de bombones a Catalina y servidor. Cada una con dos bombones. O sea, a 30 € el bombón. La madre que...
Cuando llegamos a Berlín decidimos ir la la Estación Central para explciarles nuestros problemas y a ver si nos podían resarcir en algo. Pues bien, en la oficina de reclamaciones nos dijeron que los trenes disponibles con el billete de grupo están especificados (en alemán) y que ellos no tenían ninguna responsabilidad. Le comentamos lo de la oficina de información y muy encabronado el señor nos soltó que estábamos en Alemania y teníamso que SABER alemán. Mearse en el Tratado Schengen y en los derechos de los consumidores en dos frases es un hito que pocos humanos pueden igualar. Aunque estaba cabreado no perdí las formas y le pregunté para qué tienen gente que habla inglés en la oficina de información si total lo que hay que saber es alemán. Su respuesta: apagar las luces cerrar la ofiina de reclamaciones, es decir, para qué discutir con dos ineptos extrangeros. Al menos no nos dispararon mientras salíamos por la puerta.
Tras un día de decepcion tras dececpión decidí que lo mejor para regocijarse era visitar la Catedral de XXX, que al resultar casi totalmente destruida en la última Guerra Mundial nos podría brindar algo de alegría por ser una desgracia ajena. Así que allí fuimos, llevándonos como último monumento visitado en Berlín un clima de aspecto fantasmagórico.
Próximamente en sus pantallas: Expedición a Dresde