Jueves, 7 de Noviembre de 2008Bien, aquí procedo a relatarles, mis amados lectores, las hazañas y vivencias ocurridas durante la última misión: Expedición a Budapest.
La idea de viajar a la capital húngara había rondado por las cabezas de algunos compañeros erasmus. No por la mía, suelo estar bastante ocupado pensando en nada en particular y en tonterías en general. La semana había sido aburrida porque hubo algunas cancelaciones de clases en el último momento, y a tal llegó mi desesperación de afrontar otra vez el aburrimiento que mandé un correo al señor Orko con la pretensión de que nos cambiara la clase a otro día. Afortunadamente no respondió, pues al día siguiente ya estábamos comprando los billetes de tren. Todo fue organizado en menos de dos días ¡santa rapidez de nuestros compañeros Erasmus!
El plan era quedarnos en Gliwice tras las clases de polaco, para ir de allí a Katowice, y allí coger el tren para Budapest. Bien, si no fuera idiota no habría tenido que volver a Zabrze por la tarjeta sanitaria europea e ir de nuevo a Gliwice. Pero como podéis suponer, sí, soy idiota. Seguramente no me iba a pasar nada malo en la capital del porno (bueno, suena algo contradictoria la frase) pero es mejor prevenir que curar.
Así pues el comando internacional se reunió en la estación de Gliwice, atestada de mendigos. Los valientes soldados éramos: 7 españoles, 5 portugueses y un francés. Estábamos preparados para la gloria y para gogós semidesnudas. Bueno, las chicas no sé, pero suponía que también habría bailarines semidesnudos para ellas. Cualquier cosa en el país de la oportunidades. No espera ¡eso es los Estados Unidos! qué lapsus...el tren salió a las 22 horas, pero no llegaríamos a Budapest hasta la mañana del día siguiente. Eso significó alguna horilla en Katowice, donde yo comí un par de sandwiches de jamón ibérico y mis compañeros de comando tomaron recalentados perritos de un puestecillo local. Yorkshire, probablemente.
Viernes 8 de Noviembre de 2008Cogimos el transiberiano en la madrugada, y debíamos coger el vagón correspondiente, pues cada vagón del tren iba a un sitio diferente: Bratislava, Viena, Praga...etc. Era un tren bastante más moderno de lo que me esperaba. Amigos, si pensáis que los trenes del trayecto Coruña-Vigo son un asco, es que no habéis visto los de Polonia. Aunque no todo es malo, siempre pueden recordar a los de una película de espías de la KGB, o en su defecto, a esos trenes repletos de judíos de la Lista de Schindler. A vuestra elección. Así pues, estuvimos unas interminables horas en el tren, donde los revisores nos marcaron los billetes ni más ni menos que ¡en cinco ocasiones!, cada una de las cuales amablemente nos despertaron. Perfecto.
Empezó a aclararse el cielo a medida que estábamos saliendo de la estación de una ciudad, no recuerdo cúal, la verdad. El sueño y el cansancio me estaban carcomiendo mis facultades mentales, ya mermadas de por sí debido a una vida de excesos y drogadicción, como bien sabéis. Cuando el sol salió, me dscubrió un mundo tremendamente Kanseño: explanadas verdes infinitas con algún árbol disperso. Rábanos, cómo echo de menos ese peculiar y extraño paisaje. Y las gentes que allí lo pueblan. Y no refiero a nadie de calzado rojo, véase Superman o Dorothy del mago de Oz.
"El equipo E (de Erasmus) ha llegado a la ciudad"Llegamos a una estación de proporciones épicas y dejamos el transiberiano atrás, volveríamos el lunes a por él. Sacamos dinero local de los cajeros (que aciago destino, siempre viajamos por países que aún no tienen el euro) y Pierre nos guió por las callejuelas hasta el hostal donde nuestros soldados dormirían tres noches. Un hostal muy bueno, 12€ el día, con internet y desayuno gratis. Tras dejar las cosas allí, los españoles y el francés dedicamos la mañana a visitar la parte sur de la ciudad y el otro lado del río, lo cual incluyó subir a un promontorio de difícil ascenso y muchas escaleras para el palacio. Aquí algunas imágenes que explican mejor que las palabras cómo fue:
Tras ello volvimos al lado de la ciudad que nos correspondía, Pest, para comer, pues tan bonita es Buda que se nos pasó el tiempo volando....mentira gorrina, en realidad no había ningún sitio para comer allí (chsite yankee: that castle wasn't White Castle!) y nos metimos en un restaurante en que servían comida húngara. Todos disfrutaron a excepción de servidor, pedí un goulash (carne húngara de húngara) pero al ser sopa había más H2O que proteínas, un terror vaya. Pero tampoco es que me dolieran los 3 euros que valía al cambio del mundo civilizado. Tras ello volvimos al hostal a descansar un poco. Allí conocí a tres americanos muy simpáticos, de Portland, un sitio que me han comentado que es como Galicia, lluvioso y lleno de bosques, pero sin campesinos dispuestos a romperte el cráneo con un sacho porque les has movido los pilones de granito de sitio durante la noche para hacerte tu leira más grande. Oh cielos, cómo echo de menos a la patria...
A la noche decidimos guiarnos por el portugués más eminente, Joao. Craso error como veremos a continuación. Los estadounidenses accedieron a acompañarnos, pobre gente. Joao supo de una discoteca al norte en una islita, la cosa sonaba interesante. Pero ya dejó de tener gracia antes de llegar, primero porque había que coger el tranvía hasta Buda, el otro lado del río, y sólo había una máquina expendedora de billetes. De hecho llegamos a perder no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro tranvías hasta que todo el mundo tenía el billete, que se mostró innecesario. De hecho aún lo guardo sin haberlo etiquetado. En fin, llegamos a Buda y bien, había que coger un metro hasta la discoteca, pero había chapado una hora antes. Y el siguiente era a las 4 de la madrugada. Así que nos tocó patear. Y mucho. Caminamos durante 50 minutos a un buen paso (pues hacía frío) hasta que al fin encontramos la dichosa discoteca. gracias a Google Earth, más tarde vi que la distancia era insignificante: 5 putos kilómetros. Ya sabéis chicos, nunca os pongáis en mano de un portugués...
¿Sabéis que es una geisha con bigote? ¡una portugheisa!...tras un poco de justificada xenofobia, regreso a la historia. La cosa incluso emperoró más: la discoteca de Joao estaba cerrada. Afortundamente la del al lado estaba abierta, y aunque lucía algo pija, entramos. Quizás podría ser un prostíbulo de lujo después de todo. Bien, 8 eurazos que nos calcaron a los tíos y no a las tías por entrar. Encontraré alguna forma de matar a Joao, sin duda. La discoteca era bastante grande con el típico DJ siempre poniendo la misma música maquinera, pero a diferencia de las discotecas gallegas, esta estaba llena a los los lados de semidesnudas gogós ¡habíamos encontrado el paraíso! bueno, para mi no, al no estar borracho y tener moza no podía permitirme mirar (ni tocar) demasiado. Y lo increíble es que¡la gente de Hungría es educada! había pasado un mes y medio desde la última vez que alguien me había pisado en una discoteca y me ahbía pedido perdón. Sé que soy muy duro diciendo paridas sobre Polonia (todas con un poso de verdad, pero también con Manueladas) pero la falta de educación en aglomeraciones o espacios públicos es más que evidente en el joven polaco medio y es lo único que me hace quererlos ver bajo tierra. Al menos a algunos. Además a pesar de que la discoteca estaba a rebosar, en ningún momento estuve a punto de ser aplastado, ni tirado al suelo, y incluso cuando un maromo tan ancho como alto quería pasar, no apartaba a nadie a patadas, sino de una manera amable y a
modiño.
Este es el irrespirable y malvado ambiente que nos encontramos en la discoteca ¡esas manos fuera de los pantalones, pervertidos!Bailamos, danzamos, saltamos e incluso cantamos. Pero llegó un momento en que mis pies no daban de sí, y decidí irme. Sólo, todo muy viril. Afortunadamente cuando salía venía el metro, una gran coincidencia, pero no la primera. Así que la caminata de 50 minutos se vio substituida por un viaje de metro-tranvía de 8 minutos. El que yo no llevara billete para este tranvía no era impedimento. Si algún día tuviese que pagar por todos los viajes gratis que he hecho por Europa Central me quedaría sin nada para la jubilación. Tras ello cogí el tranvía de vuelta para Pest, y se llenó de góticos provenientes de una fiesta. Una incluso llevaba un tutú rosa y unas medias de barras negras y blancas, cosas veredes Sancho. Justo cuando veía la inspectora del tranvía hacía mí, un pobre extranjero con un billete sin marcar (hay que marcarlo cada vez que se sube uno a un transporte) tuve la suerte de que era mi parada. Bajé y me di cuenta de que no era, y volví a subir al tranvía, pero bien lejos del vagón donde casi me había descubierto la inspectora. Cuando bajé el la correcta estuve perdido por las calles por algunos minutejos, pues alguien había puesto un mapa para guiarse con el este como norte y me di cuenta después. De otra cosa que me di cuenta fue que al llegar al hostal ¡no tenía llave! pero ocurrió otra casualidad: Sabela y uno de los yankees llegaron al portal 30 segundos después que yo, poseyendo una mágica llave. Gorda casualidad, pues se habían vuelto de la discoteca mucho antes que yo, pero claro, a pata, y como cogí el metro-tranvía los adelanté, salvando la noche.
Y me fui para cama a dormir, pues a las 6 de la mañana tras haber pasado una noche un un transiberiano, mi cuerpo pedía cualquier cosa menos más marcha.